miércoles, 20 de marzo de 2013

Los asesinos más escalofriantes





JACK EL DESTRIPADOR



El asesino en serie que la historia registró con el alias de "Jack the Ripper" realmente existió. No constituyó un personaje de fantasía. Su saga dio origen a una extensísima colección de libros, artículos periodísticos, escenificaciones teatrales y a una vasta filmografía 

Y es que Jack el Destripador representa, ante todo, una leyenda británica contada por anglosajones, y escrita, en su abrumadora mayoría, en idioma inglés. 

El Dr. Gabriel Antonio Pombo, tras años de estudiar este tema, pone al alcance del público de habla hispana la sórdida y cautivante historia del criminal impune más misterioso de todos los tiempos.  

"La investigación tiene por epicentro a los dramáticos acontecimientos del llamado "Otoño de Terror" de 1888, y se contextúa en el mísero distrito de Whitechapel, situado al este de Londres, sobre cuyas adoquinadas calles el terrible psicópata dejó un reguero de sangre.Los potentes ecos de un caso criminal mítico que aún resuenan en nuestros días, narrados por un experto latino en la era victoriana."



H.H. Holmes, el asesino que construyó una autentica mansión del horror.

“Nací con el maligno como mi patrón a un lado de la cama cuando vine al mundo y ha estado conmigo desde entonces…”. H. H. Holmes


Con 18 años se casó con Clara Lovering, una joven de familia rica que costeó sus estudios de medicina. Cuando se gradúo como doctor en la universidad de Michigan, abandonó a Clara y se fue a vivir con una viuda joven y guapa, quien tenía una serie de hostales que le daban grandes beneficios. Cuando la hubo arruinado, se marchó hacia Nueva York, donde trabajó como médico un año, y después fué a Chicago. Allí decidió abrir un hotel, ya que el 1 de Mayo de 1883 se inauguraría la Exposición Universal de Chicago. Al llegar a su nueva ciudad no tardó en seducir a una joven encantadora y millonaria, Myrta Belknap. Aquí adoptó el nombre de Holmes, se casó con ella y, gracias a unas falsificaciones de escrituras, se apresuró a estafarla 5.000 dólares para hacerse construir, en Wilmette, una casa suntuosa. Consiguió entonces la titularidad de una farmacia propiedad de una viuda millonaria en Englewood. Convirtiéndose en su amante logró hacerse dueño de todos los bienes de la mujer, después la hizo “desaparecer” y fue entonces cuando puso en marcha su gran proyecto: el Castillo Holmes.
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Para construir su castillo, Holmes recurrió a varias empresas, a las que siempre ponía toda clase de excusas para no pagar, y se acababan marchando sin haber cobrado ni terminado su trabajo. De esa manera, Holmes era el único que conocía detalladamente un edificio cuyo extraño diseño, obra de él mismo, habría podido impresionar a más de uno.
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El “castillo Holmes” fue terminado en 1892 y la exposición de Chicago abrió sus puertas el 1 de mayo de 1893. Durante los seis meses que duró, la fábrica de matar del Dr. Holmes estuvo a pleno rendimiento por la cantidad de visitas que recibía la ciudad. El verdugo escogía a sus “clientas” con mucha precaución. Tenían que ser ricas, jóvenes, guapas, estar solas y, para evitar las visitas inoportunas de amigos o familiares, su domicilio tenía que estar situado en un estado lo más alejado posible de Chicago.
La planta baja estaba conformada por negocios y era relativamente normal, sin embargo sus sótanos y pisos superiores estaban plagados de cientos de trampas, escaleras que no llevaban a ningún lado, habitaciones secretas, puertas correderas, laberintos y pasillos secretos desde los cuales, por unas ventanillas visuales disimuladas en las paredes, el doctor podía observar a escondidas el vaivén de sus clientes y sobre todo de “sus clientas”.Disimulada bajo el entarimado, una instalación eléctrica perfeccionada le permitía por otra parte seguir en un panel indicador instalado en su despacho el menor desplazamiento de sus futuras víctimas. Con sólo abrir unos grifos de gas, podía finalmente, sin desplazarse, asfixiar a los ocupantes de unas cuantas habitaciones.
Utilizando la gran variedad de máquinas de tortura y habitaciones “especiales” que su mansión poseía algunos de sus “juegos” más pervertidos se basaban en atar a sus victimas colgando de los brazos y bajarlas lentamente a un pozo lleno con ácido; o encadenarlas a una prensa rotatoria que lentamente iba triturando sus huesos. También era normal también que practicara “autopsias” o desollara a la persona estando ésta aun con vida.
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Piedad. La pequeña envenenadora.

Cuando los juguetes rotos son tus hermanos

La famila numerosa Martínez del Águila era otra familia numerosa más, humilde, obrera y murciana. Hasta aquí no llamaría la atención si no fuera porque a finales de 1965 se empezó a hablar de ella en los periódicos. Y de las extrañas muertes de los cuatro hijos pequeños.
Una vez realojados de un poblado de chabolas, vivían en el bajo de un edificio del Carril de la Farola, en la capital murciana. El padre, Andrés Martínez del Águila, trabajaba de obrero de la construcción, le ayuda su hijo mayor, José Antonio de 16 años. El segundo hijo, Manuel, de 14, trabaja de chapista. La tercera, Piedad, con 12 años, cuida de sus hermanos pequeños, realiza las labores de la casa y en los ratos libres pule piezas de motocicletas en la casa. Jesús de 10, Manolita de 8 y Cristina de 6, también ayudan puliendo, y los cuatro últimos, los más pequeñitos y desvalidos: Andresito, Fuensanta, Mariano y Mari Carmen, no hacían nada. La madre, Antonia Pérez Díaz, que estaba embarazada de siete meses, se dedicaba a la cocina.

El día 4 de diciembre de 1965, fallecía misteriosamente la más pequeña de la familia, María del Carmen Martínez, de nueve meses de edad. Avisado el médico “del Seguro”, como se llamaba antes a la Seguridad Social, se presentó en la casa y diagnosticó muerte por meningitis. Hasta aquí todo normal, qué numerosa familia de clase humilde no perdía un hijo por meningitis. Además, no era la primera muerte infantil de la familia, cinco años atrás murió un bebé de dos meses.Pero cinco días después, el 9 de diciembre de 1965, muere el que ahora es el hermano más pequeño, Mariano Martínez, de dos años. También se echa la culpa a la meningitis. Cuando cinco días más tarde fallece el siguiente niño en orden de menor a mayor, Fuensanta Martínez, de 4 años. Aquí es cuando la gente empieza a sospechar algo. Las tres muertes consecutivas de cinco en cinco días y de orden ascendente en edad de los más pequeños, no parecen casuales. Los vecinos se inquietan, tal vez la familia tenga una enfermedad contagiosa de cinco días de incubación, o un extraño virus que salte de hermano muerto en hermano muerto. El caso es que empiezan a evitarles, y las autoridades tienen que intervenir.

El médico del Seguro ya duda que la tercera niña muerta tuviera meningitis, y empieza a dudar que fuera la causa de la muerte de los dos primeros. Lo que queda de familia Martínez del Águila, que sigue siendo numerosa, es ingresada en una habitación del Hospital Provincial de Murcia. Primero se piensa en una extraña enfermedad que sólo afecte a esta familia, o una intolerancia alimenticia (no iban desencaminados con esta hipótesis) y se somete a todos los miembros de la familia a pruebas. No se encuentra nada y se les da el alta para que pasen las Navidades en casa, el día 4 de enero de 1966, muere el cuarto hermano, al que le tocaba por ser el menor, Andrés, de 5 años.
Las vísceras de Andrés y Fuensanta se envían a Madrid para analizar por el Instituto Nacional de la Salud, no se encuentra la presencia de ningún virus, por lo que se remiten al Instituto de Toxicología y los restos de los niños al Anatómico Forense. Ahora buscan un tóxico letal. Finalmente se dictamina que los cuatro niños fueron envenenados. Ahora la duda es ¿por quién?.
Los primeros sospechosos son los padres. El 14 de enero se decretó su prisión provisional. Debido al avanzado estado de gestación de Antonia, se la mantuvo retenida en la sala de maternidad del Hospital Provincial San Juan de Dios. Al padre, le internaron en el Centro Psiquiátrico de El Palmar, para hacer una evaluación de su estado mental. Los niños no estaban detenidos, pero al ser menores no podían quedarse solos en casa, de manera que los dejaron con los padres, las niñas con la madre y los niños con el padre, aunque podían salir libremente a la calle. No se si es una impresión mía, pero si sospechas que unos padres han matado a cuatro de sus hijos… ¿los sigues dejando con ellos?. ¿O se trataba de una estrategia para saber qué ocurría de verdad en aquella casa?.

Parece que la policía ya sospechaba de la hermana mayor, Piedad, ya que era ella la que cuidaba de sus hermanos pequeños y la que estaba con ellos en el momento de la muerte de los cuatro. Se sospechaba que los cuatro habían muerto después de ingerir algún tipo de veneno de uso casero, y los cuatros murieron después de que ella les diera de comer. Pero cuando empezaron a sospechar de la niña, ésta acusó a su madre, diciendo que fue ella la que obligó a matar sus hermanos. La implicación del padre no estaba clara, pero continuo en prisión preventiva. Antonia y Piedad pasaron a ser las principales sospechosas.
El 25 de enero se decretó la orden de prisión de Piedad, que al ser menor de edad, fue recluida en el monasterio para jóvenes descarriadas de las Oblatas de Murcia, por orden del Tribunal Tutelar de Menores. El veneno utilizado resulto ser una mezcla de cianuro potásico y cloro, que provocaba una muerte fulminante, de hecho, cualquiera de los dos venenos, usados por separado, habrían matado inmediatamente a los niños. Fue Piedad la que lo administró en la leche de los pequeños, que murieron en menos de media hora. El cianuro mata en apenas dos minutos. (En la Universidad de Murcia sacrificaron a 21 cobayas y algún perro para determinar el poder mortífero de la mezcla).
La conclusión, Piedad, agobiada por tener que ser el ama de casa cuando todavía era una niña, a la que además encantaba pasarse el día jugando, envenenó a los pequeños, más indefensos y además, los más molestos y que más tiempo la quitaban. Utilizó el cloro presente en unas pastillas que utilizaba para limpiar metales, disolviéndolas en la leche, y el cianuro presente en un matarratas, que fueron los únicos tóxicos que encontraron en la casa del Carril de la Farola.

La presencia de venenos letales en los productos de uso doméstico, es algo normal, pero que una niña de 12 años con los estudios básicos y sin información lo sepa, resulta curioso. Se dice que uno de los Inspectores de la Brigada de Investigación Criminal que investigaba el caso, enseñó a Piedad una de las pastillas con cloruro potásico, la niña la reconoció y reconoció que la usaba para limpiar las partes metálicas de las motos. Bromeando, el Inspector “jugaba” a echar la pastilla en el vaso de leche que tenía la niña, y ella, primero riendo y luego enfadada, se lo impedía, diciendo que esa pastilla podía hacer mucho daño.
De Piedad poco más se sabe, su pista se pierde en Centro de Las Oblatas de Murcia, para chicas descarriadas. Allí dicen que se dedicó a hacer calceta. Quien la conocía decía de ella que era dulce, alegre y con muchas ganas de ser una niña y disfrutar jugando.
Los padres fueron puestos en libertad. Pero ésta no fue la primera vez que esta familia salía en los periódicos. En 1978, el mayor de los hermanos, José Antonio, fue uno de los cinco presos fugados de la prisión de Murcia. Se encontraba allí por el asesinato y robo de un taxista.
Obligar a los niños a crecer antes de tiempo, a veces no crea gente responsable, sino niños que siguen rompiendo juguetes. En este caso, otros niños.
 


FRASES DE ASESINO SERIALES 


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